De regreso de El Salvador me toco experimentar 3 nacionalidades, 3 aeropuertos y 3 países que a pesar de estar tan cerca el uno del otro están distantes en cuanto a ideas, realidades y perspectivas futuras.
Solo la ida al aeródromo de Comalapa en El Salvador te da una idea de que tan distinto es el país: autopistas de primer mundo “gratis”, gente vendiendo cocos a la orilla de la carretera y mucho espacio verde, obviamente tierras abandonadas.
En un país que vive de las remesas que envían sus expatriados, no me sorprendió escuchar a dos amigas que ahora viven en diferentes sitios de los Estados Unidos, conversar sobre las cosas que llevan de regreso, la casa que construyen en su terruño para cuando regresen, las peripecias de la vida allá y como tuvieron que volver a tomar el bus para moverse de un sitio a otro pues a pesar de lo mucho que se rajan allá en el norte, el dinero no alcanza para cubrir todas las necesidades de la familia extendida.
Un país moderno y en franco progreso, El Salvador conserva en su aeropuerto toda su particularidad y sabor local, no me fue difícil encontrar pupusas y fue allí en aeropuerto donde finalmente conseguí una camisa de índigo que fuera lo suficientemente grande como para esconder mi pansa.
A pesar de haber reportado ya varios casos de la fiebre AH1N1, había pocas medidas de prevención en el aeropuerto. El registro fue rápido y poco complicado. Como llegue temprano visite varias tiendas y pude comparar precios. Un tanto más caros que en Panamá pero aun bien competitivos. Encontré cientos de productos hechos a manos y muy particulares de El Salvador.
Una hora y 20 después estábamos aterrizando tortuosamente en el Aeropuerto Juan Santamaría de Alajuela en Costa Rica, la Suiza de América. Tal cual como ha hecho Suiza la real, la suicita de Centroamérica le ha puesto variados controles a los inmigrantes para evitar la migración masiva.
En el Juan Santamaría, un héroe ficticio de la historia costarricense, pase 4 asfixiantes horas en un aeropuerto con una rara arquitectura que mezcla dos medias alas modernas con un aeropuerto viejo remodelado.
Me fue difícil comer algo típico pues todo en el está dirigido al principal mercado que utiliza el aeródromo: los extranjeros. Yo como buen extranjero me harte mi Burger King de US$7.00 dólares. Como me gusta leer al igual que la gran mayoría de la población de clase media de Costa Rica, me compre un par de libros allá que en definitiva salen un tanto más baratos que acá en Panamá. De tanto caminar el aeropuerto, desarrolle una Brittfobia: hay 4 tiendas de Café Britt en el aeropuerto.
Las medidas de seguridad contra la AH1N1 eran un tanto limitadas al igual que las opciones para matar tiempo mientras esperaba mi vuelo de retorno.
Este aeropuerto es solo una cara de un país con pocos recursos culturales e históricos donde una larga democracia ha dejado los mismos resultados que otras naciones de América Central que vivieron dictaduras y guerras civiles.
En medio de un fuerte aguacero partimos finalmente pero a tiempo a mi hogar, Panamá.
Me toco el lado malo del avión pero podía ver como brillaba la luz de la ciudad, sus torres y el canal quedaba delineado en la distancia.
Durante el aterrizaje nos pidieron permiso para fumigar el avión contra la AH1N1, nos pasaron formularios a llenar para el Ministerio de Salud. Aterrizamos casi que a la fuerza y al salir estaba un funcionario del MINSA esperando verte la cara y el formulario.
La vista del aeropuerto era formidable: salas enormes, cientos de tiendas para comprar productos de alrededor del mundo, nada para comer fuera del monopolístico “Tierra Firme” y mucha gente en tránsito.
Al salir a la aérea de migración había una camarita de video y le pedían a los viajeros que se detuvieran frente a ella. Pensé que era un nuevo requisito migratorio y al preguntar me contesto el funcionario del MINSA que era un medidor de temperatura. PLOF!
Los trámites fueron expeditos y sencillos, las maletas salieron al instante y me quede pensando en cómo las terminales aéreas reflejan las culturas locales.
Panamá, con tanta historia y mucha cultura en un país tan chico, tiene un aeropuerto que no refleja el pais que somos sino la cultura de apertura a productos extranjeros para extranjeros. Somos el pais del trasiego de bienes ajenos. Así y en pocas palabras somos un país hijaeputa, siendo hija de España, nuestra patria esta prostituida al extranjero teniendo la posibilidad de vender mejores productos bajo una marca más digna: Panamá.
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